XXXIII
No enumeres jamás en tu imaginación lo que te falta.
Cuenta, por el contrario, todo lo que posees; detállalo si es preciso hasta con nimiedad, y verás que, en suma, la Vida ha sido espléndida contigo.
Las cosas bellas se adueñan tan suavemente de nosotros, y nosotros con tal blandura entramos en su paraíso, que casi no advertimos su presencia.
De allí que nunca les hagamos la justicia que merecen.
La menor espina, en cambio, como araña, nos sacude la atención con un dolor y nos deja la firma de este dolor en la cicatriz. De allí que seamos tan parciales al contar las espinas.
Pero la Vida es liberal en sumo grado; haz inventario estricto de sus dones y te convencerás.
Imaginemos, por ejemplo, que un hombre joven, inteligente, simpático a todos, tuviese una enfermedad crónica. No debía decir: «Tengo este mal, o aquél, o me duele siempre esto o aquello, o no puedo gustar de este manjar o de aquél…»
Debería decir: «Soy joven, mi cerebro es lúcido, me aman; poseo esto, aquello, lo de más allá; gozo con tales y cuales espectáculos, tengo una comprensión honda y deliciosa de la naturaleza…, etc.».
Vería entonces el enfermo aquel que lo que le daña se diluiría como una gota de tinta en el mar…