No, Cintia, des a Anardo
la linda florecilla
que tienes en tu seno,
mi amor, tan escondida.
No se la des; advierte
que a Anardo si la fías
al punto entre sus manos
verás tu flor perdida.
Que a todas igualmente
la pide, si son lindas,
y luego la deshoja
una tras otra hojita.
Dámela a mí, que el pecho
a nada más aspira
sino a libar su aroma,
dejándola enterita.
Y luego que a mis labios
la toque, bella Cintia,
verás como la vuelvo
intacta florecita.